martes, 12 de enero de 2010

LO CURSI

Cursi es una palabra muy interesante, difícil de definir y más difícil aún de traducir a otras lenguas. Es cursi quien se pasa de fino y, por huir de la vulgaridad, cae en la afectación. La cursilería es la pretensión de ser refinado o elegante o sensible sin serlo realmente. Es cursi lo que no se adecúa a la situación, lo melindroso, remilgado y redicho. Lo sería que los jugadores de fútbol jugaran en pantuflas para no hacerse daño, que las jugadoras de baloncesto llevaran puntillas en sus camisetas deportivas, o que los tanques se decoraran con macetas. Los pisaverdes de la literatura clásica, que atravesaban la hierba dando saltitos para no mancharse los zapatitos, eran cursis. Lo que da más interés al asunto es que los críticos de la cursilería no son permanentes. Una parte de las formas sociales de hace un siglo nos lo parecerían ahora. Y lo mismo sucede con la mala poesía romántica. Me tienta escribir una "breve historia del dedo meñique. ¿Cómo debe mantenerse el dedo meñique cuando se sostiene una taza? ¿Pegado al resto de los dedos, o grácilmente separado? La pintura del XVIII y XIX apuesta claramente por la separación. Ahora, el meñique ha perdido encanto.


Hace un mes publiqué un libro sobre cartas de amor, un género maravilloso donde, inevitablemente, se cae en cursilerías. Pero se trata de un caso especial. El enamoramiento tiene un aspecto recio, que suele ser la atracción sexual, y un aspecto blando, que reclama ternura. Pero la ternura se siente hacia lo pequeño, y por eso todos los enamorados se infantilizan un poco e inventan idiomas infantiles que, fuera de la burbuja de su sentimiento, resultan, sin duda, afectados y excesivos. Pero para ellos no lo son. Los enamorados sólo son cursis cuando su lenguaje privado pasa a ser público, porque, en el fondo, lo que hace ridícula la cursilería es que demuestra un desconocimiento de los "códigos vigentes de la elegancia o de la naturalidad", y para los enamorados resulta natural lo que para los ajenos resulta afectado.


Una de las razones por las que los códigos de elegancia cambian es para poder distinguir los que están in de los que están out. Recuerdo una película deliciosa protagonizada por Vittorio de Sica, un noble arruinado que quiere enseñar buenos modales a una agreste Sophia Loren. De Sica toma una aceituna con la mano para comerla y Sophia le increpa: "¿Pero no me ha dicho que no se puede coger la comida con las manos?", a lo que el noble contesta con gran distinción: "Cuando estés bien educada podrás hacer cualquier cosa".


Hace muchos años, Álvaro Pombo me mandó un manuscrito que luego no publicó. Se situlaba El arte de coger, y era la historia de un maestro convencido de que la gente cogía mal las cosas -tosca o cursimente- y que debíamos aprender a hacerlo bien. Es importante que la educación nos proporcione buenos criterios para lo cursi, porque si confundimos lo refinado con lo cursi, corremos el peligro de volvernos todos zafios. Una parte importante de los buenos modales, de la urbanidad y de la cortesía se consideran cursilerías y se evitan. Las consecuencias son muy desagradables.


Autor: José Antonio Marina - Filósofo y escritor español.

Publicado en el suplemento ES de La Vanguardia.


1 comentario:

jahnavijabir dijo...

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